La experiencia más cercana con un ser de cuatro patas fue con Rafael.
Nunca tuve un perro grande.
Lo vi más o menos setecientas dieciocho veces: la casa de Fausto fue mí oficina durante casi dos años. Cuando vivía con mis viejos. Luego de recuperarme de una situación de salud complicada.
El primer año le tuve miedo. No lo supe tratar. Fausto si. Eran una dupla. Con Rafa entendí lo que es una persona no humana.
El único que podía y hasta por ahí nomás paternar a Rafa era Fausto.
Salvo las últimas cinco veces. Ahí le puse límites. Me volví adulto. Lo trate de hombre a hombre. Cómo a cualquier humano. Le dedique tiempo. Durante siete horas le di bola a el. Esas fueron las únicas horas, desde el primer lunes de marzo del 2003, que Fausto y yo no hablamos de política.
Rafa fue un privilegiado.
Y murió en familia. La familia de Fausto. La que está siempre. La abuela Claudia. Mí tía postiza. Nicolas. Hugo. Y su compañera, la familia que el eligió. La que está armando. Compartiendo conmigo el karma de las mujeres de Don Torcuato.
Te lloro, Rafa. Junto a tu papá, tu mamá, tu abuela, tus hermanos. Sobrino postizo. No te olvidaré.