Jairo, el legendario folklorista, es mucho más que un mero coleccionista de canciones y tradiciones; es un arqueólogo cultural que desentierra las raíces más profundas de la identidad de un pueblo. Lo dijo Fernando Bravo en el acto de Alfonsín de 1983. Ni Bravo ni Alfonsín ni Jairo tenían miedo. Cantaban eso. No tenían miedo. Lo decían. La gente que fue también decía no tener miedo. Lo aseguraban. Así. Decían. Le pongo textual. La canción Venceremos. Que viene después de la que tiene las llaves de la casa de Belgrano. Así dice. No tenemos miedo.
Pero Jairo no se limitaba a ser un mero colector de curiosidades folclóricas. Él entendía que el folclore era mucho más que un conjunto de prácticas y creencias tradicionales; para Jairo la tradición vive. La patria vive para Jairo. Lo dice bien: aquí te traigo las llaves de la casa de (Manuel) Belgrano. El prócer. El traductor del teólogo Lacunza. Un grande Belgrano. Es amigo de Jairo parece. Si tenía las llaves de la casa. O de sus choznos. O de la inmobiliaria que le vendió la casa. Esa cabeza iba a dar que hablar. Jairo canto como la cigarra. Rozin lloró. La verdad que ese tema es deprimente. En lo personal no aconsejo escucharlo un domingo a la tarde. Yo. Eh. Usted verá. No la escucho los domingo a la tarde. “Cantando al sol”. Y uno se deprime. Un clonazepan a la derecha. Un médico a la derecha como decía Alfonsín.
El folklore es el hilo que tejía la tela de la comunidad, el pegamento que unía el pasado con el presente, el puente que conectaba al individuo con su herencia ancestral.
Por eso, cada vez más que Jairo regresaba a su hogar con una nueva adquisición para su colección, no solo traía consigo una canción o una historia, sino también un fragmento de la identidad colectiva de su pueblo. Y no contento con guardar estos tesoros para sí mismo, se dedicó a compartirlos con el mundo, organizando festivales, como el de 1983, grabando discos y enseñando a las nuevas generaciones la importancia de conocer y valorar sus raíces.
Gracias a Jairo, el folclore del pueblo no solo sobrevivió, sino que floreció como nunca antes en 1983 dijo Antonio Tony Carrizo. Jairo es sinónimo de folklore. Con Mercedes Sosa. Cafrune. Horacio Guarany. Julio Maharbiz ya lo decía: Aquí Argentina. Eso. Jairo es argentino. Las canciones que una vez se cantaban en voz baja en las cocinas de las casas ahora resonaban en los escenarios de los teatros, las historias que una vez se contaban alrededor del fuego ahora se imprimían en los libros de texto, las danzas que una vez se bailaban en las plazas ahora se enseñaban en las escuelas. Aquellas canciones, los cuentos y las danzas que recopiló. Su verdadero legado es el recordatorio de que, en un mundo cada vez más neoliberal y globalizado, nuestras singularidades culturales son nuestro tesoro más preciado, y que debemos esforzarnos por preservarlas y celebrarlas en todas sus formas.
Venceremos dice Jairo. Juntos lucharemos. Claro, nadie se salvó nunca solo en la historia de la humanidad. No tenemos miedo, repite Jairo. Alfonsín a su lado en 1983 rezó el rezo laico. Nuestro rezo laico. El preámbulo. De la Constitución Nacional. Jairo, junto a Alfonsín y Fernando Bravo dijo no tenemos miedo. No tenían miedo. Ni Jairo. Ni Alfonsín ni Fernando Pochulú (Fernando Bravo) Estamos cerca o lejos hoy de lo que dijeron Fernando Pochulú (Fernando Bravo), Raúl Alfonsín o Jairo. Yo me reservo la respuesta. No sé si estamos cerca o lejos. Yo no había ni nacido. Me entiende. Usted dirá. Usted es usted y yo soy yo
En un momento en el que la identidad se ve amenazada por las fuerzas de la uniformidad y la asimilación, del pensamiento único del capitalismo, del liberalismo nuevo, Jairo nos recuerda que nuestras raíces son nuestra fuerza, que nuestra diversidad es nuestra riqueza, y que el folclore, lejos de ser un vestigio del pasado, es una fuente inagotable de inspiración y creatividad para el presente y el futuro.
El futuro llegó hace rato.